Declarado Patrimonio Mundial de la Unesco desde el año 2000, Tiwanaku, ubicado en la provincia de Ingavi, en el departamento de La Paz, es un pueblo milenario que marcó la historia y la cultura en tierras andinas de Sudamérica. Es conocido por dos nombres: Tiwanaku, que proviene de la grafía aymara que significa “orilla seca”, y Tiahuanaco, del quechua que significa siéntate llama.
“Historiadores, arqueólogos y cronistas describen de dos formas; sin embargo, el verdadero nombre sería Taypikala, que significa la piedra en el centro, así cuentan nuestros ancestros”, comenta Eduardo Choque, guía oficial de Turismo del Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (Cepad).
El sector tiene alrededor de 23 comunidades nativas y tres centros poblados. El municipio de Tiwanaku vive hoy principalmente de la producción lechera, el turismo y la agricultura.
NUEVO CENTRO DE INTERPRETACIÓN
Este sitio arqueológico se perfila como un epicentro cultural gracias al recién inaugurado Centro de Interpretación de la Cultura Tiwanaku, que combina historia, restauración y turismo sostenible. Se alza con orgullo en la renovada estación de trenes del pueblo, que se convirtió en el camino entre la riqueza ancestral de los tiwanakotas y las expectativas del viajero.
“Aquí caminamos entre la historia, pero ahora podemos compartirla de manera específica con los turistas extranjeros y locales, puesto que el lugar se creó con el objetivo de proporcionar toda la información necesaria sobre la milenaria civilización a los turistas extranjeros y locales”, comenta el guía turista Choque, que vivió toda su vida en las cercanías de los sitios arqueológicos. Para él, el centro no sólo representa una oportunidad para preservar su herencia cultural, sino también un motor para la economía del municipio.
La edificación de 130 metros cuadrados conserva sus pisos y ventanas originales de hace más de 100 años. Alberga una serie de cuatro paneles interactivos que desglosan el genio arquitectónico, las técnicas de ingeniería y la vida cotidiana de los tiwanakotas. “Muchos no saben que aquí se usaron técnicas avanzadas de tallado en piedra que aún desafían la lógica moderna”, explica Enrique Rodríguez, museólogo que colaboró directamente con la puesta en escena del interior a pedido del Centro de Interpretación junto al Fondo Extremeño Local de Cooperación al Desarrollo (Felcode).
Con una inversión de aproximadamente 200 mil euros, financiada por Felcode, a través del Cepad y las autoridades locales que, desde febrero de 2019, impulsan acciones para identificar las necesidades y potencialidades turísticas de Tiwanaku, más allá del sitio arqueológico, el centro no sólo es un homenaje al pasado sino una apuesta por el futuro sostenible de esta región.
El alcalde del municipio, Flavio Merlo, destaca la importancia del proyecto como un motor de desarrollo: “Lo que buscamos es que los visitantes no sólo vengan, tomen fotos y se vayan; queremos que exploren, que sientan el corazón de este lugar, que se queden y conozcan nuestras montañas, nuestra gastronomía y la riqueza cultural que ofrecemos”.
Como puerta de entrada para los turistas, el centro se convierte en el punto de partida ideal para explorar Tiwanaku. Con una atención diaria de 8:30 a 16:30, totalmente gratuita que ofrecerá una plataforma integral donde los visitantes podrán conectarse con guías especializados y planificar recorridos personalizados por los diversos atractivos del municipio.
Es así que, desde este espacio, más de 35 guías locales pertenecientes a la Asociación de Guías de Turismo de Tiwanaku (Asoguitt), destacarán el patrimonio arqueológico, histórico, cultural y natural del municipio, que brindarán información de la oferta turística existente en el municipio a los visitantes y conectando los diferentes emprendimientos comunitarios, hoteleros, gastronómicos, artesanales y productivos.
OFERTA TURÍSTICA
Cada piedra cuenta una historia. En el lugar hay dos áreas arqueológicas: Kalasasaya y Puma Punku, también los museos Lítico y Cerámico, donde se encuentra el famoso monolito Bennett, también conocido como Estela o Monolito Pachamama o Estela 10. Desde la arquitectura de Kalasasaya y Puma Punku hasta los saberes ancestrales de Kasa Achuta y Humamarca, Tiwanaku invita a explorar sus múltiples facetas, cada una cargada de significado y memoria.
“El boleto tiene el precio para un turista extranjero 100 bolivianos, turista nacional 15 bolivianos y para menores de 12 años cinco bolivianos, el cual permite visitar cuatro espacios Kalasasaya y Puma Punku, y los museos lítico y cerámico”, informó guía turista de Cepad Eduardo Choque.
LA ETERNIDAD EN PIEDRA
La cuna del yacimiento, el Templo de Kalasasaya se alza como un testimonio del genio arquitectónico de los tiwanakotas. Este recinto ceremonial, famoso por la monumental Puerta del Sol, la Estela 8, el monolito Ponce, el monolito El Fraile y el templo de Kalasasaya, guarda los secretos de un pueblo que, hace más de mil años, dominaba la astronomía y la ingeniería con precisión. “Cada piedra aquí tiene un propósito. Su orientación no es casual, está alineada con los astros”, explica Choque, guía local, mientras señala las sombras proyectadas por los monolitos durante la tarde,
A pocos pasos, el enigmático complejo de Puma Punku desconcierta incluso a los expertos modernos. Bloques de piedra perfectamente tallados, algunos de hasta 130 toneladas, encajan con una precisión que desafía la lógica. “Es un rompecabezas que sigue sin resolverse”, comenta Enrique Rodríguez, museólogo. “Estas técnicas de corte y ensamblaje muestran un nivel de conocimiento tecnológico único para su época”, añade.
MUSEOS LÍTICO Y CERÁMICO
Los museos Lítico y Cerámico ofrecen un recorrido complementario. El Museo Lítico alberga piezas como el imponente monolito Bennett, una figura de piedra de 7 metros que simboliza la cosmovisión andina. En el Museo Cerámico, vasijas y utensilios revelan la sofisticación artística y funcional de esta civilización. “Aquí podemos ver cómo la vida cotidiana también era un acto de creación y ritual”, señala Saira Duque, responsable de la curaduría de Cepad.
KASA ACHUTA: DONDE LA TIERRA HABLA Y LA LLAMA SUSURRA
A sólo un kilómetro del complejo arqueológico, la comunidad de Kasa Achuta, cuyo nombre en aymara significa “la tierra habla y la llama susurra”, ofrece a los viajeros a sumergirse en un mundo de tradición y sabiduría ancestral. “Aquí los turistas no sólo observan, participan”, explica Francisca Huanca, líder comunitaria.
Los visitantes pueden aprender a hilar lana en telares tradicionales, cultivar tubérculos como la papa y la oca, o moldear piezas de cerámica inspiradas en motivos tiwanakotas. Además, la música ancestral cobra vida con los sonidos de las choquelas, instrumentos autóctonos que, según los locales, evocan la voz del Altiplano.
“Cuando toco la choquela, siento que me conecto con mis abuelos y con la Pachamama”, relata Carlos Mamani, un músico de la comunidad. Su testimonio refleja cómo Kasa Achuta no sólo preserva su legado, sino que lo comparte con quienes buscan experiencias auténticas.
HUMAMARCA, TIERRA DE AGUA Y AVES
A 27 kilómetros de Tiwanaku, la comunidad de Humamarca, cuyo nombre significa “tierra de agua” en aymara, es un paraíso para los amantes de la naturaleza. Situada en la ribera del lago Titicaca, este rincón del Altiplano ha creado un hábitat para más de 70 especies de aves, muchas de ellas endémicas.
Desde un mirador construido estratégicamente, los visitantes pueden observar flamencos andinos, patos crestados y chorlitos mientras el horizonte se funde con las aguas del Titicaca. “Este lugar no sólo es para ver aves, es para entenderlas”, comenta Alberto Espinoza, guía especializado en turismo ornitológico. “Nuestro objetivo es enseñar cómo las comunidades podemos convivir y proteger este ecosistema”.
Tiwanaku no sólo ofrece una ventana al pasado glorioso de los Andes, sino también una oportunidad para interactuar con comunidades que mantienen viva la esencia de esta tierra. Desde las piedras milenarias de Kalasasaya hasta las tradiciones vivas de Kasa Achuta y Humamarca, este destino promete una experiencia que trasciende lo turístico para convertirse en un acto de conexión profunda con la historia, la naturaleza y las personas.
COMERCIO ARTESANAL
En el municipio hay más de 50 quioscos al lado del espacio arqueológico de Kalasasaya, sin embargo, “los turistas no se acercan a nuestro lugar, así que preferimos esperarles afuera de la entrada principal”, dice Julia Gutiérrez, afiliada de la Asociación de Artesanos.
La venta del souvenir comenzó en los 80s, hasta que se establecieron como Asociación de Artesanos de Tiwanaku. Monolitos, chachapumas, la puerta de sol en diferentes tamaños, son ofertados desde el precio de dos hasta 25 bolivianos. El impacto de este esfuerzo se refleja en los rostros de quienes lo ven como una oportunidad de crecimiento.
Mientras el sol se oculta tras los majestuosos Andes, Tiwanaku respira una energía renovada. Entre los ecos de las locomotoras de antaño y los relatos de los ancestros tiwanakotas, este nuevo espacio invita a todos a sumergirse en un legado que sigue vivo en las manos y voces de su gente. “Esto no es sólo historia, es nuestra vida”, concluye Rosa, con una mezcla de orgullo y esperanza.
SARNAQAWISA MEMORIA Y SUEÑOS DEL PUEBLO AYMARA
A cinco kilómetros de Tiwanaku se encuentra un pequeño museo de la cultura Aymara, en la comunidad Chambi, que lo construyó una pareja nativa desde hace 25 años, donde muestran la cosmovisión andina, piezas arqueológicas, textiles con máquina de pedal y producción agropecuaria, además de poder vivir la experiencia de mitos y leyendas orales contadas por don Tomás Flores y Máxima Mamani, los fundadores del espacio. La tarifa es de 10 bolivianos para los turistas nacionales y para extranjeros 20 bolivianos.
“Tengo 82 años y escribí cinco libros de la cultura aymara, uno ya se publicó, ahora busco financiamiento porque quiero dejar el legado de mi tierra en papel, no quiero llevarme la cultura viva de mis ancestros a mi tumba”, comenta Tomás con el rostro sonriente.
Paralelamente, Delia Medina de Callizaya, de 64 años, una de las pioneras tejedoras que rescata los símbolos ancestrales en el municipio de Tiwanaku, refiere: “Desde mi niñez, tengo el gusto de tejer y cuando me casé hice para mis hijos tejidos a croché, hice un chullu para el expresidente Hugo Banzer cuando visitó Tiwanaku en 1975”.
Sus diseños en textiles están registrados en el Servicio Nacional de Propiedad Intelectual (Senapi) y valen desde 250 bolivianos. Ella contó que “cuando el presidente Luis Arce fue posesionado como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia en Tiwanaku, compraron sus tejidos”.
JALLU PACHA
El tiempo de lluvias, no impidió que la muralista Knorke Leaf y su colectivo artístico realizará un diseño en la fachada de la vivienda de adobe, en honor al trabajo de doña Delia, quien ama las “chakanas” y “huaris¨, reflejados en los tejidos. Este es uno de los siete murales que realizaron en 10 viviendas y espacios públicos, para dar revitalización urbana. “Destacamos el trabajo de la comunidad, pero empoderamos las labores de la mujer tiwanakota, una paleta monocromática y colores fuertes, además de ayudar con la señalética del municipio”, explica la artista paceña, Leaf.
Tiwanaku es más que ruinas y vestigios, es una comunidad mágica que mantiene su espíritu vivo a través de las manos de sus artesanos, la voz de sus ancianos y la pasión de sus creadores. “Esto no es sólo historia, es nuestra vida,” concluye Julia Gutiérrez, una comerciante de artesanías, mientras el sol desaparece tras los Andes y las estrellas comienzan a iluminar el paisaje, aquí, entre los ecos de las locomotoras de antaño y los susurros de una cultura que se niega a desaparecer, Tiwanaku es una puerta entre ayer y hoy. Un lugar donde la historia no se contempla; se vive, se siente y se comparte.
Via: Los Tiempos