Domingo, Septiembre 8
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Potosí: Vitichi, tierra de encanto

La historia y tradiciones de la provincia Nor Chichas aún conservan su originalidad de siglos pasados. Los Chichas fueron valerosos, siendo su valentía producto de la forma en que les tocó vivir. En la oportunidad, este artículo refiere sobre la tierra chicheña VITICHI. Se ubica aproximadamente a 100 kilómetros, viajando por un camino asfaltado, desde la ciudad de Potosí. Es interesante retratar su geografía, pues se encuentra en un valle, no árido, poblado de gente muy noble con todo un cosmos latiendo en sus entrañas.

Describirla es retratar sus vívidos paisajes, animados o monótonos instantes, para lograr multitud de hechos muy humanos, del pueblo de Vitichi. Se podría afirmar que es un mundo en pleno proceso de cambio, donde las viejas raíces son absorbidas por el influjo de otra forma de vida —distinta a la que tradicionalmente transcurrió antes y modelándolo ahora en un nuevo derrotero—. Transitorias formas que ocupan determinados lapsos, manifestados con una nueva expresión.

Una tierra de encanto.

Una tierra de encanto.

Una tierra de encanto.

Una tierra de encanto.

El pueblo de Vitichi es un punto intermedio entre la Villa Imperial de Potosí y varios poblachos. El camino cruza estampando huellas polvorientas que matizan el paisaje ocre y blanquecino de los terrenos. Ya llega el otoño y los rastrojos están a la espera de bestias foráneas que van en tránsito a la vecina feria.

El pueblito aún es pequeño, disemina sus casuchas de adobes con techos entortados que se acurrucan junto al camino sobre tramos próximos a las quebradas y orillas de ríos, que sólo en la temporada de lluvias sabe de corrientes cantarinas.

Y todo parece transitorio, como queriendo huir hacia un pronto final. Parece imposible que nadie pensara tan sólo en arraigar, permaneciendo aquí. Pero hay vida y habitan nativos que tienen sus hogares; tantos, que hasta existe un templo colonial y su parroquia, un hospital, una escuelita a la que asisten los niños, para aprender a leer, escribir y a entonar algunas cancioncillas patrioteras, un colegio y un Instituto de formación de mano de obra calificada.

Las construcciones se diseminan a lo largo y ancho del corto valle, callecitas angostas y torcidas identifican al pueblo. Es un valle donde los terrenos labrantíos cercan sus corralones con espinudos churquis, aunque se ven cercados con tapiales semiderruidas.

Por aquí y por allí no faltan los molles o matas de churquis que brindan hermosos paisajes que invitan a un descanso tranquilo sin ruidos de máquinas, tan sólo el arrullo del trinar de las aves madrugadoras.

Las tierras labrantías a temporal, algunas ya cansadas, producen un dulce maíz que en tiernas mazorcas se consume luego en forma de humintas, tamales, lagua, api, mote, tostado, tortillas y la refrescante chicha. Tal la base alimenticia simple de este pueblo. Las colinas aledañas y playas de fragorosa torrentera llenos de sol y piedras lustrosas, en tramos de arboledas de molles. Álamos, eucaliptos y sauces. Churquis por doquier para obtener carbón, muy apreciado en el hogar.

Durante la investigación, no se logró rescatar datos sobre el origen de este pueblo de Vitichi. La tradición oral cuenta que un capitán español de nombre Sancho Martínez, después de casarse con la hija de un cacique de la comunidad de Calcha, se estableció en el valle que actualmente se conoce como Vitichi, alrededor de 1590. La primera administración del pueblo data del 7 de diciembre de 1888. El nombre de este pueblo parece derivar de la palabra aimara “lip’ichi” que significa cuero, lo cual tiene sentido, ya que, en el periodo colonial, Vitichi era famoso por la producción de cuero de cabra cordobán, muy apreciado en Bolivia y Argentina para la fabricación de zapatos, botines, carteras, cinturones, etc.

En Vitichi se encuentra la ermita de Fray Vicente Bernedo, el apóstol del altiplano, que fue un fraile dominico navarro, apóstol de Charcas. Llegó a Potosí en 1601.  Vivió dos años en el convento de Santo Domingo en Potosí. Recorrió el territorio potosino; los Chichas y los Lipez. Estuvo en Porco, Atocha, Caiza, Tatasi, San Vicente, finalmente eligió vivir en una ermita ubicada en Pasto Huayco, en el legendario pueblo de Vitichi. Entre los milagros del fraile, se cuenta que resucitó a doña Francisca Martínez, vecina de éste pueblo.

El 7 de noviembre de 1847, Vitichi entró con estruendo marcial en los anales de la historia boliviana por la celebrada batalla en la que el general José Ballivián derrotó al ejército revolucionario que comandaba el Coronel Sebastián Agreda y que amenazaba su presidencia. Se cree que esa batalla, en la que se demostró el genio estratégico de Ballivián, fue librada en el lugar que hoy ocupa el cementerio de Vitichi.

La época de Carnaval, este pueblo se viste de colores. La plaza del pueblo se torna en hervidero de comparsas que ensayan con gran entusiasmo para la entrada del carnaval. Abundan la chicha, el singani, la ratafia y el vino producido por los mismos pobladores en sus falcas artesanales. Se comenta que es la ruta del singani, porque evidentemente abunda la producción de la uva con sus diferentes variedades. En la alegría, fluyen sin restricciones los espíritus y mentes de los participantes que caen rendidos al alma de la fiesta. Los hombres a caballo se pasean por las calles del pueblo y se preparan para el juego de la sortija, que data de tiempos coloniales. Los jinetes tienen que ensartar a toda carrera una argolla que cuelga de un cordel atado entre dos postes, usando una vara de madera llamada puntero. Casi todo el pueblo participa observando el juego de la sortija; aglomerados  a los costados de una pista de tierra preparada especialmente para el certamen. El entusiasmo de espectadores y jinetes es avivado por la chicha, así que la multitud desborda en una ola de gritos, silbidos y aplausos. Los corceles excitados por la muchedumbre, lanzan bramidos y relinches. El torneo empieza y los jinetes se lanzan a todo galope, la mayoría de ellos no logrará ensartar la sortija. Los dos que lo han conseguido se llevan el premio y con gran algarabía son levantados en hombros, al son de quenas y cajas y un sinfín de brindis comienza la celebración. Cae la noche y resuenan nuevamente las coplas, las comparsas avanzan hacia la plaza cantando y bailando, los cohetillos y fuegos artificiales iluminan el pueblo alumbrando los alrededores de diversos colores y sonidos. Las cholitas chicheñas bailan con gracia mientras golpean rítmicamente las cajas, sus caras blanqueadas y amplias sonrisas resaltan en medio de la noche. Al mirar el cielo, las estrellas fulguran con intensidad. Claro, es la fiesta del carnaval que ha encendido al pueblo que brilla en el valle chicheño.

Vía: EL POTOSÍ

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