Partir del terruño, abandonar el suelo que acogió nuestra integridad y alimentó nuestras esperanzas, es morir un poco.
Dejar a la familia, a los hijos, a los hermanos, a los padres, a la novia y hasta el banco en el que a diario nos sentábamos para contemplar cómo el día sucumbía a los encantos de la noche y así irnos caminando las calles desordenadas y bulliciosas de nuestro centro, es morir un poco.
Jorge Luis Borges restriega en el rostro de la memoria el recuerdo de que “no basta ser valiente para aprender el arte del olvido. Un símbolo, una rosa te desgarra y te puede matar una guitarra”.
Dejarlo todo y llenar la maleta de ropa y de esperanzas, de incertidumbres y de un profundo deseo de buscar días mejores. Dejarnos ir hacia esa otra historia, hacia “ese otro mar” que pronto atisbará su rostro, unas veces halagüeño, otros verdaderamente doloroso, es morir un poco.
Soy un convencido de que Bolivia es un país portátil. Cada vez que un paisano emigra, su maleta está repleta de esperanzas, costumbres, taras, tradiciones, ambiciones, cocina, bebidas, juegos, modismos y hasta pequeñas trampillas. El país entero en un par de valijas para acampar en otros lares, en otras culturas y así darle un nuevo rumbo a su vida.
Yo diría que son extensiones físicas y metafísicas de un comportamiento social irrenunciable, una suerte de autodefensa que de una manera impresionante le ayuda a subsistir en las regiones más inhóspitas del planeta.
Cuando se abre esa caja de Pandora, surgen sabidurías y panaceas, habilidades, atajos y astucias.
Es un círculo interminable, acaso por eso tengo la plena certeza de que a un boliviano o boliviana en el exterior le podría pasar de todo y aun así seguir teniendo la suerte de los gatos no sólo por las múltiples vidas, sino porque siempre caerá parado(da) y jamás se morirá de hambre.
Hace algunos días, tuve el grato placer de conversar con K’ancha, una mujer a prueba de fuego, una qochala de sangre y médula que está corroborando plenamente que, en los Estados Unidos, los bolivianos mandan en materia de esfuerzo, trabajo y coraje para seguir adelante, pese a las adversidades, acaso por eso mismo.
María Luz Coca Lujan, es oriunda de Cliza, Valle Alto, tiene 32 años, pero podría tener 15, 18, 40 o 50 y seguir siendo la misma: auténtica, afable, lingüista, alegre, niña y risueña, al tiempo.
Tiene la picardía en la mirada y en la sonrisa, pero esto se duplica cuando habla quechua, entonces se ilumina su rostro, se hace Luz y de su misk’i simi (boca dulce) brotan palabras de armonía y de buena vibra.
Hace una semana tuve la posibilidad de dialogar con esta cholita cochabambina que por las mañanas trabaja en construcción y, por la tarde, hace un programa en vivo todos los días a través de las redes sociales. Este fue el resultado.
LT.- Gracias, K’ancha por aceptar este diálogo, recurrimos a todos los organismos internacionales para conseguir una entrevista contigo y por fin lo logramos.
K.- Muchas gracias por la entrevista, pero no era necesario recurrir a esas instancias, le comento que no me dejaron en paz (risas).
LT.- Cuéntanos hace cuánto tiempo estás en Virginia, Estados Unidos, donde la comunidad boliviana es una de las más grandes e importantes.
K.- Estoy en EEUU casi seis años. Partí de Bolivia un 11 de noviembre de 2017, vine a través de un programa de intercambio cultural. Primero estuve en Denver, Colorado, luego pasé a Florida y por cosas de la vida llegué al estado de Maryland y ahora vivo en Virginia, donde la pequeña Bolivia me ha acogido gratamente.
LT.- ¿Cómo fueron esas primeras vivencias en EEUU. Tienes familiares que te apoyaron?
K.- Yo llegué como un inmigrante más, no conocía a nadie, no tengo familia en EEUU y el acercamiento a la comunidad fue a través de las actividades culturales.
LT.- Paralelamente a las transmisiones que haces a través de las redes, un contenido interesante, por cierto, seguramente tienes otras actividades diarias: en qué trabajas, qué haces, cuéntanos un poco al respecto.
K.- Yo trabajo en construcción y mi horario de ingreso es variable, desde las 4, 5 o 6 de la mañana hasta las 2:00 de la tarde. Luego tomo un descanso, como algo y preparo mi programa de 4:00 a 5:00. A veces por falta de tiempo ni me ducho, pero tengo que realizar el programa.
LT.- K’ancha, cuéntanos un poco del terruño que dejaste en Cochabamba y de ese maravilloso idioma que es el quechua y que lo hablas tan dulcemente.
K.- Yo soy de Cliza, Valle Alto. Yo hablo quechua desde que era una niña, recuerdo que en casa sólo se hablaba quechua. Yo aprendí a hablar quechua gracias a mi madre y, por eso, yo me siento muy orgullosa de poder vestirme como cholita y eso me pone muy nostálgica porque siempre me recuerda a mi mamá.
LT.- K’ancha, como buena cliceña, ¿qué platos tradicionales cocinas?
K.- En Cliza el plato tradicional es el pichón y aquí, hace tres años, se hizo una feria del pichón, pero luego de la pandemia se suspendió. Otros platos que también se hace aquí es la picana, pique macho, charque y muchos otros más.
LT.- ¿Te costó adaptarte a esta tu nueva vida en EEUU?
K.- Recuerdo que los primeros años fueron muy difíciles, llegué hasta el punto de vivir una depresión y vivir en la soledad continua. Aquí las personas son muy independientes y nosotros somos personas que nos gusta estar rodeados de gente, expresarnos cariño. Creo que esa fue la parte más difícil para mí. Yo creo que en la vida no debemos tomarlo nada personal, simplemente aprender y adaptarte.
LT.- Una pregunta clave, K’ancha, estás soltera o ya tienes un gringo en el corazón.
K.- (Risas) Soltera, libre como el viento, solamente los viernes, viernes de soltera, eso nadie me lo quita. Por lo demás, sí, tengo una pareja formal con la que tengo una relación agradable y me apoya en todo lo que hago. Él es boliviano.
LT.- Juguemos un poco, K’ancha, yo te digo una palabra y me contestas lo primero que se te ocurra.
K.- De acuerdo.
LT.- Bolivia.
K.- Familia.
LT.- Cochabamba.
K.- Comida. (risas)
LT.- Amor.
K.- Mi choquito.
LT.- Hijos.
K.- Más adelante, me gustaría, hombre y mujer.
LT.- Paz.
K.- Mi programa.
LT.- Un plato típico que te guste.
K.- Pique macho.
LT.- Muchas gracias, querida K’ancha.
K.- Muchas gracias a ti.
Vía: Los Tiempos