Cuernos retorcidos y colmillos afilados resaltan infundiendo un aire de poder y temor. Sus ojos son destacados, a veces resplandecientes o iluminados en las representaciones artísticas. El Tío, figura central en la mitología minera de Bolivia, se presenta con una apariencia que combina elementos misteriosos y temibles, seguro causante de muchas pesadillas a lo largo del tiempo. Pero, ¿será que la vida fue injusta al darle esa forma o que fue víctima de las malas interpretaciones de personajes que creían conocerlo in situ?
La representación del Tío varía, pero algunas características comunes se han arraigado en la tradición a lo largo de los años. Se dice que sus ojos tienen la capacidad de ver a través de las entrañas de la tierra y vigilan las acciones de los mineros, empero, sobre todo, es el protector del mundo subterráneo.
La descripción que propios y extraños hacen de este ser es por demás elocuente, por no decir maliciosa. Pero este hecho no es invento de unos cuantos. Cualquiera que guste de incursionar en las profundidades de los socavones seguro se toparía con la magnánima presencia del amo y señor del abismo de las minas.
El Tío a menudo es representado con un rostro demoniaco, con rasgos exagerados que transmiten una presencia imponente. Cuernos exuberantes como de un buey y colmillos agudos infunden un aura de espanto y señorío. Su figura es plasmada, en la mayoría de los casos, en una estatura similar a la figura de un hombre de mediano tamaño, que a lo largo de los años es venerado por las generaciones venideras de trabajadores de mineros.
En las entrañas de las minas de Bolivia su imagen misteriosa y temida ha persistido a lo largo del tiempo. En las sombras, la figura mítica de este ser se manifiesta como un testigo silencioso del pasado prehispánico. Es por eso que en Crónicas de Ahora El Pueblo nos sumergimos en las profundidades de la historia para desentrañar la génesis del Tío de las minas bolivianas, explorando mitos, rituales y evidencias históricas.
El Tío en su forma temprana
El antropólogo y jefe de la Unidad Extensión en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef), Milton Eyzaguirre, explicó que esta construcción es prehispánica y está vinculada con la percepción que tenían las civilizaciones milenarias de la muerte, quienes asimilaban que este episodio no era trágico, sino un ciclo más de la propia vida.
Indicó que antes de la llegada de los españoles, las civilizaciones prehispánicas consideraban a sus difuntos como deidades relacionadas con la fecundidad y prosperidad de todo el entorno natural. Denominaban a sus seres queridos fallecidos como Supay y creían que habitaban el ukhupacha (mundo subterráneo), donde trabajaban para llevar fertilidad a la tierra.
Los concebían como sullka dioses de segundo orden, creían que estos seres concesionaban y pedían bienestar para los vivos a otras deidades mayores como la Pachamama, los achachilas y los apus (cerros), espacios donde se genera la producción minera.
Entonces, ¿cuál será el origen real del Tío?, ¿es realmente como lo conocemos? y ¿qué mensajes nos trae desde el pasado? Son algunas preguntas que surgen al escarbar las raíces de este misterioso ser tan venerado en las minas de Bolivia.
En ese contexto, Eyzaguirre explicó que el Tío, en su forma temprana, está vinculado a la creencia en estos espíritus protectores de las riquezas subterráneas, ya que la cosmovisión andina veía a la tierra como una madre que debía ser respetada y apaciguada para asegurar la fertilidad y la prosperidad.
Destacó que una de las representaciones más patentes de los antecedentes de esta deidad andina está plasmada en los dibujos de la cultura Moche, que habitó en la costa peruana.
Un claro ejemplo de cómo concebía este pueblo a la muerte es “la imagen donde muestran a una persona bajando al inframundo y todavía es de carne y hueso. En una esquina está la representación de una pareja teniendo relaciones íntimas en un espacio mortuorio”, describió Eyzaguirre (Ver imagen).
Al igual que los moches, los pueblos andinos de las tierras altas de Bolivia “representaban tanto a la vida como a la muerte, pero en nuestro lado (Bolivia), más allá de no tener dibujos que reflejen implícitamente esta realidad, está patentado que la muerte es el suceso fertilizador de todos los elementos de la vida”, analizó el antropólogo.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con el Tío? Es que, en esencia, en todas las representaciones del Supay, al igual que los objetos precolombinos de los moches, tiene un falo extremadamente grande. A la vista se percibe que este ser se representa como emisor, fertilizador, proyectando su virilidad y su potencia para generar vida.
“Es muy interesante porque cuando uno revisa la cerámica de la época prehispánica, hemos encontrado cerámica moche que tiene la cara de calavera y está presente el falo; entonces, uno dice qué es lo que está sucediendo en este entorno, o sea, la calavera no tiene pues ya carne, no tiene absolutamente nada, pero lo representaban con la presencia del falo”, observó.
Para Eyzaguirre esa es la evidencia del origen prehispánico del Tío y su relación con el ser subterráneo de la muerte. Ese al que veneraban las culturas andinas bolivianas antes de la invasión de los españoles.
Otra práctica que sustenta la afirmación en Bolivia es la relacionada a la actividad sexual en los cementerios como parte de los ritos de fertilidad, de relación con el mundo de abajo. De acuerdo con las costumbres de las culturas andinas, esto garantizaba a la pareja concebir una nueva vida.
“Eso se hace acá (en Bolivia), porque antes cuando una mujer no podía tener wawas debía tener intimidad en un cementerio” para poder concebir, relató.
Otra muestra de la conexión de las culturas andinas con la muerte es la festividad de Todos Santos, que se celebra del 1 al 2 de noviembre en Bolivia, con el armado de mesas para recibir, como manda la tradición, a los seres queridos que ya no habitan el mundo de los vivos. Para Eyzaguirre esta práctica es una evidencia latente de esa filosofía
Recordó que esta costumbre obedece a la creencia milenaria de que los muertos llegan para fertilizar los cultivos agrícolas, los animales, los seres humanos y el entorno minero. Entonces, es ahí donde se engrana, en el entorno minero, la presencia de la muerte o de esta deidad como una especie de protector, “porque todos los difuntos son protectores en general”.
Lo diabólico
Durante la época de la colonización española en Bolivia y en gran parte de América Latina se produjo un proceso de cambio cultural y religioso que tuvo un impacto significativo en las costumbres y creencias de las comunidades indígenas.
La extirpación de costumbres nativas, como la adoración al Supay, fue parte de un proceso cultural complejo y a menudo conflictivo que perduró durante la colonización. La imposición del cristianismo y la intolerancia hacia las prácticas religiosas indígenas, que concebían como satánicas, llevaron a la eliminación de estas costumbres.
Los misioneros y autoridades coloniales emprendieron campañas para erradicar las creencias indígenas, consideradas paganas, y reemplazarlas con la fe católica.
“Cuando llegaron los españoles, como los indígenas siempre ch’allamos al subsuelo, preguntaban: ¿A qué estás challando? y le respondían: ‘Estoy challando a mi Supay’, y la estructura teológica que tienen los españoles dicen que ahí abajo está el diablo. Entonces, inmediatamente asimilaron… ‘Está ch’allando a su Supay, a su demonio, a su diablo, y ahí se quedó el concepto”, puntualizó Eyzaguirre
Una contradicción a la percepción de los españoles sobre el término son los documentos del cura extirpador de idolatrías Bartolomé Álvarez (1588). Eyzaguirre explicó que en los textos de Álvarez se evidencia tres definiciones sobre las idolatrías de los indígenas, en las que se describe al término Supay como “las personas de la tercera edad que están a punto de morir; una de las almas del cuerpo; o muerto”.
Ahora bien, ¿qué es lo que sucedió? ¿Cómo entendemos el concepto de Supay actualmente? A pesar de las pruebas documentadas, se sigue traduciendo como diablo, demonio, en los términos populares.
Sin embargo, pese a los intentos de extirpar esta deidad subterránea, el Tío, con su mezcla de mitología, tradición y resistencia, sigue siendo una figura fascinante en el contexto de las minas bolivianas. Su presencia no solo resuena en la historia de la minería nacional, sino que también ilustra la compleja interconexión entre la espiritualidad, la cultura y la labor humana en las profundidades de la tierra.
Pero lo cierto es que ni tiene cuernos ni colmillos, es un ser benevolente y, eso sí, celoso cuando los que le piden favores no lo atienden como manda la tradición, con su cigarrito, alcohol, coquita y otras bondades características de una buena ofrenda.
Via: Ahora el pueblo