Que la música folclórica es popular en nuestro país es una afirmación difícilmente debatible. Que es comprendida del todo… no tanto.
La inclusión de determinados instrumentos o ritmos puede parecer suficiente para aceptar que una composición se inscribe en el género.
Para la agrupación Bolivia Manta, el abordaje es más esencial. Cuando este proyecto nació en la década de los 1970s, sus fundadores, los hermanos Carlos y Julio Arguedas, aspiraban a recuperar las voces y melodías originarias, silenciadas por el avance del tiempo y las sociedades.
“Frente a la folclorización que existe en los centros urbanos, con la que no estamos en contra, pero muchas veces está apoyada por una industria discográfica o por un mercado comercial, alimentado por las comparsas y prestes que se han impuesto en Bolivia, que le dan menos espacio a esos lenguajes propios”, sintetiza Arguedas.
En su visión, las expresiones autóctonas y las modernas no solo pueden, sino que deben coexistir, “porque son prueba de la evolución popular de las culturas de la ciudad y del campo”.
Esta especie de misión revalorizadora y conciliadora ha definido su trayectoria a lo largo del tiempo. Tras frenarse en los noventas, recobró aliento en el nuevo milenio y demostró su perenne ímpetu hace unos días, durante los conciertos repletos que desarrollaron en Ecuador.
“Nos causó bastante impresión, el saber que la gente estaba esperando estos conciertos, y fue una invasión, una toma del teatro, de nuestras poblaciones originarias del Ecuador, que estuvieron con sus mejores trajes”, recuenta Carlos, sobre las dos fechas en las que compartieron escenario con la formación de Ñanda Mañachi.
La primera, el pasado 16 de febrero, se llevó a cabo en el prestigioso Teatro Nacional Sucre de Quito; y el 18 se presentaron ante más de mil personas en el coliseo de la comunidad de Peguche, en la ciudad de Otavalo.
Uno de los organizadores, el periodista y gestor cultural Germán Muenala, explica la abrumadora asistencia en el legado que tanto los músicos bolivianos como los ecuatorianos representan.
“Hay una generación en Otavalo y en las comunidades quichuas que nació y creció con la música de Bolivia Manta (…) es un referente artístico cultural de la historia de los pueblos andinos”, señala Germán, sobre este reencuentro musical después de 40 años.
Si bien Bolivia Manta ya había comenzado a visitar comunidades campesinas y ciudades del Ecuador desde 1982, no fue hasta el año siguiente, 1983, que, junto al etnomusicólogo francés Jean Guy Chopin Thermes —a quien Arguedas conoció en Francia— arribaron a la idea de una gira compartida entre los bolivianos y Ñanda Mañachi, “que recién se estaba formando”.
“Chopin Thermes hizo grabaciones in situ de diferentes comunidades, especialmente en el norte de Quito; llevaba las grabaciones a París, para hacer las placas madre, de acetato, para la fabricación de discos vinilos; para preservar el nivel del audio”, explica Carlos.
Producto de la gira de 1983, se lanzó el álbum “Churay churay de Ñanda Mañachi & Bolivia Manta”.
“Fue nuestro tercer disco”. Como sus antecesores, fue muy bien recibido por críticos europeos. “En Ecuador fue una bomba”, añade, destacando el impacto que se reflejó entre los miembros de comunidades campesinas, que no ocultaban su emoción ante la posibilidad de revalorizar su acervo musical.
Igualmente, el disco los estableció como figuras de la música ancestral andina. “Primero estuvieron Los Jairas, luego nosotros, Boliviamanta, y después Los Rupay; son los tres grupos que desde los 70s hicimos conocer la música de los Andes”.
HACIA ADELANTE Carlos radica en Francia desde 1971, y desde el 2007 se divide entre ese país y Bolivia.
Ese año, tras el golpe militar de Hugo Banzer Suárez, recién ingresado a la UMSA, perfilándose como un líder estudiantil y ganándose un lugar en la lista roja del régimen autoritario, salió de Bolivia en calidad de exiliado.
Antes de terminar el bachillerato, tocando con grupos juveniles, se había ganado una pequeña fama entre el ámbito cultural de su natal La Paz, vinculándose a entidades como la Alianza Francesa, cuyo director, avisado de su delicada situación, facilitó su inclusión en uno de los grupos de refugiados políticos.
“Cumplí 19 años en París”, rememora. Allá, notó que la música latinoamericana gozaba de cierto atractivo. “Pero la gente realmente no conocía de dónde venía esa música, su origen”.
De ese interés nació Bolivia Manta. A mediados de los 70s consiguieron su primer contrato discográfico con el sello francés Auvidis, iniciando una carrera que las décadas no consiguen extinguir.
Una prueba de ello se dio este febrero. El recibimiento vivido dejó una cálida huella en los músicos, que cantaron ante mestizos y extranjeros, quechuas indígenas, adultos y jóvenes.
“Y estamos dispuestos a devolver ese cariño que nos han dado, porque nos vamos a poner en marcha para emular el proyecto allá en Bolivia”, anuncia, reconociendo que la logística ralentiza las gestiones.
Solo la formación ecuatoriana cuenta con varios músicos, y no es sencillo asegurar el transporte, estadía y acomodación de todos ellos.
“Hemos hablado con los compañeros de Ñanda Mañachi, diciéndoles si pueden hacer un paréntesis de unos diez días para venir a Bolivia, en julio o agosto, para las fiestas de La Paz o las nacionales”.
“El eje La Paz – Sucre estaría asegurado, porque tenemos experiencia, nos recibieron hace 40 años”, afirma, en referencia a la gira que compartieron en 1984, en centros urbanos y mineros, además de comunidades rurales, con ayuda de la división cultural de la Central Obrera Boliviana de ese entonces.
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