miércoles, enero 15
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Urkupiña y la devoción andina

Por: Luis Rodríguez

En las frígidas alturas de los Andes,  la Pachamama ha sido, desde tiempos inmemoriales, una figura central en la cosmovisión de los pueblos originarios. Como Madre Tierra, es reverenciada por su capacidad de dar vida, proporcionar alimentos y mantener el equilibrio entre los seres vivos y el entorno natural. Su culto es una expresión de la interconexión profunda entre las comunidades indígenas y su entorno; una relación de reciprocidad que se manifiesta en rituales, ofrendas y celebraciones destinadas a agradecerle por su generosidad y asegurar su benevolencia continua.

Con la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI, esta rica y compleja cosmovisión fue puesta a prueba. La imposición del cristianismo, promovida con fervor por la corona, trajo consigo no solo la evangelización de los pueblos andinos, sino también un choque cultural de profundas consecuencias. Frente a la supresión de sus creencias, los originarios sometidos desarrollaron un proceso de sincretismo, una fusión de sus propias tradiciones con las impuestas por el catolicismo. Este proceso no fue un mero acto de supervivencia cultural, sino también una expresión de resistencia y adaptación, donde las figuras religiosas autóctonas y cristianas comenzaron a entrelazarse en un complejo tapiz de creencias compartidas.

Uno de los casos más representativos de este sincretismo se encuentra en la relación entre la imagen de la Virgen María y la Pachamama. Mientras que la primera representa, dentro del cristianismo, la pureza divina, la segunda es la fuente de vida. Esta similitud en su rol como figuras maternas permitió una amalgama espiritual en la cual ambas deidades empezaron a ser veneradas en conjunto, cada una complementando y enriqueciendo el simbolismo de la otra. La Madre Tierra, venerada desde tiempos prehispánicos como la protectora del entorno y la fertilidad, fue incorporada bajo el manto de la Virgen María, quien pasó a ser vista no solo como la Madre de Dios, sino también como defensora y benefactora del mundo natural.

En Cochabamba, esta fusión se manifiesta de manera singular a través de la devoción a la Virgen de Urcupiña. La historia de esta advocación está profundamente vinculada al  cerro de Cota, un lugar que, al igual que muchas montañas en la cosmovisión andina, es considerado sagrado. Según la tradición, la Virgen se apareció frente a una niña pastora en el mencionado lugar, un evento que marcó el inicio de la devoción popular. Sin embargo, es importante destacar que, antes de la llegada del cristianismo, el espacio ya tenía un significado espiritual profundo, asociado a

 la Pachamama. La elección de este lugar para la aparición de la Virgen no fue casual, sino que reflejaba un reconocimiento implícito de su sacralidad preexistente.

La festividad de la Virgen de Urcupiña, que se celebra cada 15 de agosto, es uno de los ejemplos más claros de cómo este sincretismo se ha mantenido y evolucionado con el tiempo. Durante las celebraciones, miles de peregrinos se congregan en Quillacollo, no solo para rendir homenaje a la Virgen María, sino también para reconectarse con la Pachamama. Un aspecto fundamental de esta festividad es la peregrinación al cerro de Cota, donde los devotos participan en rituales que combinan elementos cristianos con prácticas ancestrales. Las ofrendas, que incluyen piedras del mismo montículo, hojas de coca y alcohol. Estas rocas, consideradas símbolos de prosperidad, son tomadas para luego ser devueltas al año siguiente, acompañadas de oraciones y agradecimientos tanto a María como a la Madre Tierra.

Este acto de tomar y devolver piedras simboliza un ciclo de reciprocidad que es central en la veneración a la Pachamama. Es un reconocimiento de que los bienes de la tierra no son simplemente para ser tomados, sino que deben ser retribuidos y respetados. La festividad de la Virgen de Urcupiña se convierte en un espacio donde se unen y coexisten dos mundos: el cristiano y el andino. María, a través de la figura de Urcupiña, adopta características de la Pachamama, actuando no solo como una intercesora espiritual, sino también como una protectora de la tierra y sus recursos.

Desde una perspectiva de diseño, la Virgen y la Pachamama representan un caso fascinante de cómo los símbolos visuales pueden adaptarse y transformarse a lo largo del tiempo. La iconografía de María, que a menudo incluye elementos naturales y referencias a la tierra, es un ejemplo de cómo las tradiciones visuales andinas se han integrado en la representación cristiana. Este proceso de sincretismo estético no solo enriquece la devoción popular, sino que también ofrece una ventana a la manera en que las culturas indígenas han negociado y reinterpretado las influencias externas.

La relación entre la Virgen de Urcupiña y la Pachamama es un ejemplo poderoso de sincretismo religioso y cultural. A través de esta relación, podemos observar cómo las comunidades andinas han mantenido vivas sus creencias ancestrales mientras incorporan elementos del cristianismo. La festividad de Urcupiña no solo celebra a la Virgen, sino que también reafirma la conexión profunda entre el ser humano y la tierra, un vínculo que ha sido central en la cosmovisión andina desde tiempos prehispánicos. Es más que una fiesta religiosa; es un símbolo de la continuidad y la adaptación cultural, un testimonio de la capacidad de las comunidades para encontrar nuevas formas de expresión sin perder de vista sus raíces más profundas.

El autor es comunicador y docente universitario

Via: Opinión

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