miércoles, noviembre 27
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Cholets de Bolivia, una muestra con una cosmovisión original

El Alto, en Bolivia, se ha convertido en una de las mecas del turismo –sobre todo europeo– que quieren aproximarse a la arquitectura llamada “neoandina”, que consiste en dotar a las fachadas de buenas parte de los nuevos edificios y casas de diseños pintorescos, formas vistosas que traducen mucho más que alegría y sincretismo cultural.

Son una exhibición un arte con una cosmovisión muy diferente, originaria, que se cruza con una corriente occidental urbana, y expresa además prosperidad económica y un sentido comunitario que el pueblo aymara-quechua comenzó a vivir con la llegada de Evo Morales al poder.

El Alto no es un municipio productor de coca, pero tiene entre sus principales fuentes de ingreso el turismo y la manufactura, y la construcción es una industria próspera. Tanto así que a comienzos del milenio comenzó a ser reconocido el estupendo trabajo arquitectónico de Freddy Mamani, desarrollado en esa ciudad del oeste boliviano. Sus edificios con diseños diferenciados se llaman “cholets” (cruce de chola y chalet) y son bellamente coloridos, con yuxtaposición de materiales y ornamentos realmente originales.

Mamani realiza lo que la comunidad sueña. Nos explicamos mejor. Fundación Larivière Fotografía Latinoamericana inauguró el fin de semana la primera muestra de arte boliviano en Buenos Aires, titulada Ch’ixifuturismo (se pronuncia chejefuturismo), cuyo curador es Santiago García Navarro, en la que se exponen fotografías de Florencia Blanco, quien comenzó a registrar el trabajo de Freddy Mamani en 2017.

Pero además de la obra de Blanco están los trabajos de otros artistas invitados como Narda Avarado, Tin Ayala, Iván Cáceres, Cristina Collazos, Miguel Hilari y Claudia Joskowicz.

Para contar una ciudad

Todos los trabajos artísticos de la exposición en la sala dos de la Fundación ubicada en La Boca, a dos cuadras de la Usina del Arte, cuya programación está a cargo de Julia Converti, cuentan una ciudad, su arquitectura, sus vínculos, el modo en que dialoga esa neo-arquitectura con la vida urbana y sobre todo con todo aquello que la preexistió.

El Alto es nada menos que el segundo centro económico de Bolivia y nació hace solo 50 años por la relocalización de poblaciones mineras y maestros en su mayoría aymara, el pueblo de Evo Morales.

Según el texto curatorial, “el encuentro inesperado, en la meseta altiplánica, de la nueva burguesía aymara con sectores económicos de potencias emergentes en el marco de la globalización, alumbraron los cholets que radicalizaron su estilo. Así se fusionaron la geometría simbólica del aguayo y de los templos del Tiwanaku, el diseño vectorial de los videojuegos japoneses y la pulsión decorativa de la arquitectura china tradicional. Es lo que la socióloga e historiadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui define como “una activa recombinación de mundos opuestos y significados contradictorios que forman un tejido en la frontera misma de polos antagónicos”.

Pese a todo, algo prevalece y es el sentido comunitario. La familia no es solo la familia. Es el clan, la comunidad. Cada “cholet” presenta una fachada diferente, en la que relucen los colores, el vidrio, los diseños orientales, pero también la ritualidad andina.

Pero ¿cómo es un “cholet” por dentro? En la planta baja siempre hay locales comerciales que se alquilan. En el interior todos tienen un salón de “eventos”, una suerte de SUM (Salón de Usos Múltiples) de edificios ABC1 de Buenos Aires. En ese salón, que puede alquilarse, habitualmente “el clan” realiza actividades principales. Por ejemplo: si un integrante de la familia se dedica al yoga, allí se dictan las clases, charlas, talleres y todo lo vinculado a la actividad.

La familia vive siempre en la parte superior donde también tiene una terraza para celebrar las comidas habitualmente numerosas y otras, comunitarias.

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