Emma Junaro llega a la cita arropada en una chamarra negra con capucha y dando pequeños brincos, como si eso la pusiera fuera del alcance de la lluvia. Una vez dentro del Cine Teatro 6 de Agosto descubre su rostro y suelta una sonrisa. No trae lentes en ese momento, no en lluvia. Luego son característicos en ella unos lentes de marco discreto, multifocales. Tras ingresar al escenario, toma su bolso y se dirige a uno de los camerinos.
Hace 40 años que la intérprete orureña vive entre pruebas de sonido, conciertos, entrevistas y estudios de grabación. Ya en la calma de su camerino, conversa con Página Siete sobre ese ritual antes de regalar su voz ante el público. Siente nervios, pero no pánico. “Es una sensación de mucha responsabilidad, siempre, siempre y así debería ser porque ir al escenario es muy importante para un artista. Lo que se da es muy grande, entonces hay una sensación particular que no sé exactamente si son nervios, es como mariposas en el estómago”, explica.
La clave está, según Junaro, en entablar una relación de amor con su público. “Lo que anhelo siempre que canto es lograr comunicarme con ellos, porque lo que sale de mi voz sale de mi alma, entonces cuando siento que esto le llega a la gente se teje un hilo invisible, pero se siente”, indica, mientras acomoda con las manos sus lacios cabellos. Enseña los dientes de vez en vez y su amabilidad brota en cada respuesta que sale de su boca, pero también en su corporalidad.
Cuna orureña
Emma Rosario Junaro Durán nació en Oruro el 1 de noviembre de 1953. Parece que miente con su edad porque se ve más joven de lo que dice su carnet, además es capaz de corretear de aquí para allá en busca de un micrófono o para ir a recibir el abrazo de alguno de sus fanáticos.
Recién el periódico La Patria recordó que poco después de cumplir 17 años ella cantó en el Teatro Municipal de Oruro y luego la artista dejó su tierra natal para irse a la ciudad de La Paz. Cuando estudiar era uno de los actos más rebeldes de la época, ella ingresó a la Universidad Mayor de San Andrés a la carrera de sociología, la ciencia que estudia cómo se forman los lazos en una sociedad. Es decir, desde siempre estuvo interesada en comprender lo que pasa a su alrededor y después ensayar soluciones. Con el tiempo, gracias al canto, pudo comprender y tocar fibras más íntimas de las personas.
La menor de los hermanos Junaro cantó en diferentes escenarios del mundo. Aunque no habla de públicos difíciles, sí menciona cuánto le conmueve cantar para quienes no la conocían como sucedió en presentaciones en Inglaterra, Alemania y Francia. “Cautivar a ese público es lindo, es diferente. No hay mal público, pero alguna vez sucede que hay interferencias que pueden quebrar la comunicación. Pueden ser interferencias del sonido, alguna cosa, pero cuando se establece el contacto artista y público, no hay mal público”, detalla la artista que vivió esa misma interferencia en la universidad cuando los paros, huelgas y otros eventos suspendían constantemente su formación académica. “Como socióloga he logrado ocho discos”, bromea.
Parece que toda su vida hubiera pasado Como un fueguito. No recuerda un momento en que todo empezó, pues la música estaba intrínseca en todas las actividades que realizaba. “Lo que recuerdo de niña es que yo siempre pensé que todo el mundo podía cantar, que todos cantaban, que era tan natural hablar y cantar. En casa era natural, en casa no había profesionales como músicos, nada que ver; es más, no había ni instrumentos. Yo escuché cantar a mi hermano César por primera vez en una radio y yo no sabía dónde había aprendido a tocar guitarra. Y la primera vez que escuché a Jaime fue cuando vino él a cantar con una delegación artística de La Paz a Oruro, al Teatro al Aire Libre, ahí lo vi por primera vez cantar en público y ahí nos descubrimos nosotros”, recuerda.
Los Junaro cantaron la historia de Bolivia y formaron parte de la Savia Nueva que alzaba la voz en los setenta y ochenta. Cantaban, por ejemplo, “por los pueblos conquistados, por la gente sometida, por los hombres explotados…”. Su interpretación de Los mineros volveremos se convirtió en un himno de rebeldía en el país.
En ese fuego musical se fue forjando Emma. Después, a su manera, encontró su voz. Una voz más sosegada o como dice la canción de su primer álbum Resolana: “Cuando el amor renace, vuelve a cantar la vida, vuelve la fe perdida, todo tiene sentido otra vez”.
La música que es medicina
La forma en que Emma asume cada día se parece mucho a los temas que interpreta. Vive en la calma aún en medio de la tempestad. En la música todo es posible. “Encuentro un remanso, lo disfruto y ahora en realidad es cuando más buscamos esos momentos, porque son un refresco para el alma, para la cotidianidad”, cuenta.
La artista asegura que el arte, como ejercicio, es importante en la medida en que logra realizar sueños. Aun en los espacios donde no hay instrumentos como fue el suyo, aun donde las preocupaciones parecen ser menos abstractas como el hecho de tener qué comer. Ese lugar donde aparentemente el caos no le abre la puerta a una expresión artística. “En estos hogares donde la preocupación es comer, no pensemos que no hay arte, hay otro arte, hay el arte de vivir, el arte de amar, no todo pasa en el teatro; la vida es un escenario en el cual todos nos desenvolvemos de alguna manera y esto es importante y nuestra cultura es vivir con eso, la creatividad del día a día de alcanzar las cosas básicas es muy importante”, enfatiza.
En el caso de artistas como Emma, cuyos temas llevan siempre al romance con la vida, la música es medicina. “Todas las obras de arte siempre han estado dedicadas a alguien, siempre son ‘inspiración de’, desde siglos pasados, desde Beethoven siempre ha habido un o una persona o un evento o un paisaje o un pájaro que ha inspirado. Yo creo que esa es la interacción del que observa, del que es capaz de interpretar un sentimiento, una emoción, a través de algún arte, puede ser fotografía, pintura, las personas somos creativas. Hemos sido creados con muchísimos talentos”, detalla.
Bailar y cantar la vida
Está nerviosa, pero no ansiosa. El Cine Teatro 6 de Agosto se convierte en un hormiguero, donde las personas ponen a punto el escenario para el encuentro Nosotras Somos, que se hace en honor a Matilde Casazola.
En unos minutos Emma debe salir a escena y habla de otros conciertos en los que estuvo. Cuenta que está llena de recuerdos dulces y llega a un momento clave en su vida artística. “A mí me ha marcado profundamente mi regreso de Uruguay después de mis estudios de canto y de música. Tuve que aprender a bailar, estuve practicando con una coreógrafa alemana ocho meses para presentar un disco cantando y bailando, eso fue sensacional, ahí realmente me probé. No soy bailarina, pero lo hice profesionalmente para poner en escena un disco que fue el único trabajo que se hizo en la época de música popular con danza contemporánea”.
El baile es otra de las pasiones que la siguen. Ama hacerlo, ama las formas en las cuales el cuerpo se vuelve una extensión del arte escénico.
Emma de nuevo encuentra otro pasaje importante de su vida. “Un hito en mi vida artística es el disco que hice con la obra de Matilde Casazola, porque no se estilaba hacer canciones en la época que la hicimos en el año 1987. Entonces hicimos todo un disco con la obra de un solo compositor”, cuenta. Por entonces tuvo que ponerse fuerte incluso con los productores musicales que llegaron a dudar de la obra, además había que pagar derechos de autor y todo estaba cuesta arriba. Ella no se dejó, “fue una lucha, pero yo tenía un gran aliado que era Fernando Cabrera, un músico uruguayo que se enamoró tanto como yo de la música de Matilde y así hicimos ese disco que es un hito realmente, no solamente en mi carrera artística”.
Este disco, Mi corazón en la ciudad, es un referente de la música nacional. Ahí las palabras de Matilde salen de la boca de Emma y retumban frases como: “Desde lejos yo regreso, ya te tengo en mi mirada, ya contemplo en tu infinito mis montañas recordadas”.
Sentada en la butaca del 6 de Agosto, Emma se aferra a otro recuerdo, el cine. Ella tuvo un par de protagónicos en películas bolivianas y, como siempre, se entregó en cuerpo y alma a su representación.
En los vaivenes del cine y la música se encontró con Cergio Prudencio y juntos sacaron una producción inolvidable, pero que ya no existe en el mercado. Junaro comenta que “lo mismo pasó con el disco de Matilde, salió en Inglaterra la edición 1994 y tuvo un éxito mundial y aquí todavía no salió, era un LP olvidado”.
Aún falta un par de horas para el espectáculo y ya casi está todo en orden sobre el escenario. Emma ha visto esta agitación artística muchas veces, desde que salió de su ciudad de nacimiento. Imagina que le habla de nuevo a esa joven que era ella misma. “Yo, le diría ‘¡qué bien que has venido a La Paz!’ porque esta ciudad yo la amo, es la única ciudad en la que nadie le pregunta a alguien de dónde es y eso me encanta. Es realmente una ciudad muy acogedora y mi vida artística se ha hecho aquí”.
Agradece la entrevista y se va presurosa, casi dando pequeños saltos, parece que le va cantando al escenario “yo no logro explicarme con qué cadenas me atas”.
“Cautivar a ese público es lindo, es diferente. No hay mal público, pero alguna vez sucede que hay interferencias”.
Emma Junaro
“(En escenario) hay una sensación particular que no sé exactamente si son nervios, es como mariposas en el estómago”.
Emma Junaro
Vía: Página Siete