Los primeros concursos en los que participó Willy Claure, cuando era solo un niño, los perdió. Pero siguió tocando su guitarra. Luego, cuando se mudó a Suiza y le dijeron que la música folclórica no tenía cabida allí, siguió tocando. Y así forjó una carrera entre Bolivia y Europa en la que su musa siempre fue la cueca. Por eso, a su vuelta al país, inició un trabajo de protección y revalorización de esta danza que, para él, va más allá de la música y es un fenómeno social. Él no para de tocar.
Claure no proviene de una familia de músicos; sin embargo, sí recuerda a su padre tocar guitarra y a su madre cantar. Quizá esa vena musical se quedó presente, dice.
Empezó a cantar en las horas cívicas de su colegio. A sus 12 años decidió participar en un concurso musical organizado por una radio. Salió en tercer lugar. Poco después volvió a concursar, esta vez en Tarija. Recuerda en aquella oportunidad no ganó y se dio cuenta que necesitaba aprender a tocar algún instrumento. Esa fue su inspiración para acercarse a la guitarra, una compañera de la que no se separó más.
Recuerda que tomó una revista que tenía en casa donde daban métodos para aprender a tocar y eso hizo. Poco a poco fue mejorando hasta dominar al instrumento. Paralelamente, dejó de participar en concursos y lanzó un dúo con su hermano.
A los 16 años ingresó al grupo Kanata, como guitarrista. Fue ahí donde conoció a Emma Junaro, quien lo invitó a tocar con ella en La Paz. En ese entonces tocaba guitarra y hacía segundas voces.
Afirma que en ese entonces no se dedicaba al canto de forma profesional. Fue recién 10 años después, cuando presentó su disco “Para chicos y grandes”, que empezó a cantar de manera profesional.
LA VIDA EN SUIZA
Un cambio importante en la vida de Willy se dio cuando migró a Suiza. En ese entonces estaba casado con una suiza, lo que le permitió obtener la residencia.
Sin embargo, poco después de llegar, se divorció y empezó su carrera musical en el exterior con el apoyo de un amigo, quien lo alojó en su casa y le produjo dos discos.
“Fue empezar un nuevo ciclo de cero. Cuando llegué al estudio de grabación de ese amigo, yo dormía ahí. Trabajaba todo el día y dormía. Así grabé los dos discos”, recuerda Claure.
Al terminar esta etapa, tuvo que volver a iniciar su carrera. Su amigo le aconsejó que grabe un disco de música instrumental y conocida, porque eso es lo que funcionaba en Europa.
“A mí no me gustaba esa música. Yo me fui con mi casete de cuecas, con la idea de convertirlo en CD”, cuenta.
Cumplió su deseo de tener su primera edición de cuecas en CD. Y el siguiente paso era salir a tocar sus composiciones en la calle. Sin embargo, su amigo le dijo que no era una buena idea porque la gente no consumía música folclórica. “Me ofendió”, rememora.
Pero, al no tener mayor opción, continuó con la música internacional, incluso grabó seis discos. De esa forma llegó a los pasillos del aeropuerto de Zúrich, donde fue ganándose cierto reconocimiento entre quienes pasaban por allí. “Comencé a vender mis discos, fue impresionante. Vendía 10 discos internacionales y 1 de cuecas. Entonces se me prendió el foco y lo asumí como trabajo”, afirma.
Así se mantuvo una década hasta que uno de los administradores del aeropuerto lo invitó a tocar al interior de un salón en el mismo lugar, donde, además de vender sus discos, le pagaban un sueldo.
“Trabajé 11 años así. Para mí fue como una conquista. Eso me ayudó mucho a hacer mis trabajos personales y armar mis propios conciertos”, sostiene.
A lo largo del tiempo en que permaneció en Suiza, nunca perdió el contacto con Bolivia. Estudiaba Antropología a distancia y venía seguido para visitar a su familia.
Claure cuenta que fue a partir de su disco “Cuecas para no bailar” que recién se asumió como cantante. La reconocida cueca ‘Cantarina’, compuesta junto con Milton Cortéz, sumado a otras como ‘Olvídate de mí’ completaron el reconocido disco.
“No sé si sería cantante, me gusta más el término cantor”, afirma.
EL EMBAJADOR DE LA CUECA
Su vuelta definitiva al país se dio por decisión propia. En 2015, comenzó a construir su casa, en Sacaba, y cuando estuvo lista, se estableció en el país.
Claure cuenta que llegó a Bolivia tres meses antes de la pandemia. Así que se considera un afortunado por pasar esa etapa tan crítica en aquí.
En esa misma etapa creó la Fundación Cultural de la Cueca Boliviana, a través de la cual se promovió la promulgación de la Ley Nacional 764 que declara a la cueca boliviana como Patrimonio Intangible y Cultural. Además, declararon el primer domingo de octubre como el Día Nacional de la Cueca Boliviana. También se promulgó la ley departamental que declara a la cueca como patrimonio de Chuquisaca, Tarija y Cochabamba.
A través de la fundación, definieron una forma musical de la cueca boliviana. Es decir, contiene un determinado número de estrofas, compases y métrica.
Este trabajo lo hizo merecedor de ser declarado embajador de la cueca boliviana. Desde sus inicios hasta hoy, Claure defiende y revaloriza esta danza.
“Llegó un momento en que, estudiando Antropología, empecé a ver la cueca de otra manera. Hasta ahí todavía pensaba que era un género alegórico de baile, de coqueteo y de conquista, pero cuando vi que en los matrimonios tenía otro sentido, que no solamente era el bailar por bailar, sino se presentaba a una nueva familia que nace; eso me hizo ver de otra de otra forma”, sostiene.
También recuerda cuando Bolivia fue al Mundial de 1994 y todos cantaron ‘Viva mi patria Bolivia’. “Era un orgullo para todos los bolivianos. Con una cueca se nos hincha el pecho”.
Actualmente, sostiene que vive una vida tranquila enfocada en la gestión cultural, mientras no deja de lado su lado musical.
“La cueca es un fenómeno social de integración, de unión, de sentirse uno. Eso me ha llevado a salirme un poquito de mi línea musical y entrar en otro plano como gestor cultural. Ver que el Día de la Cueca toda Bolivia puede bailar cueca me parece genial”, sentencia.
Vía: OPINIÓN