Angélica Mendoza Soria no para de andar. Siempre tiene retos que conquistar y recuerdos que compartir. A sus 75 años hay muchas postales que perduran en su memoria, principalmente de cuando empezó a caminar hacia la cima del cielo, hace ya más de 30 años. Todo comenzó despacio: paso a paso. Luego aquel camino que decidió tomar fue en ascenso y llegó a conquistar las cimas más altas del país.
El gusto de andar
“A ver, ahora tengo 75 años y todo comenzó cuando yo estaba en el colegio e íbamos a las excursiones, las personas de mi edad saben cómo eran. Se contrataba un bus para que nos lleve al campo y bajábamos a jugar, comer, luego volvíamos a subir al bus y retornábamos a la ciudad”, cuenta la mujer que salió bachiller del Anglo Americano en 1966. El campo y sus ventajas alejadas del ruido y de la contaminación obraron mágicamente en ella.
Fue a finales de los años 70 cuando conoció a un religioso español, al cual le gustaba caminar varios kilómetros y kilómetros. Tenían una ruta que recorría la zona de Uni, más arriba de Ovejuyo, en La Paz. Angélica se ponía una bolsa en la espalda y se iba a conocer nuevos horizontes.
Por entonces, confiesa ella, aún no eran populares las mochilas. Caminaban hasta el Cañón de Palca, un lugar conocido como Warikunka, es decir cuello de vicuña. El religioso español guiaba a Angélica, sus amigas y a un grupo de amigos. Mendoza estaba feliz de pertenecer a ese grupo y caminar era lo que más le apasionaba, andaba alejada de otras distracciones y sólo se dedicaba a ir en busca de descubrir nuevos horizontes.
Así, siempre que podía iba y venía en las excursiones. Para ella era difícil de cansarse porque siempre tenía ansias por llegar más lejos. “Cuando yo tenía 37 o 38 años conocí lo que era la ruta del Takesi y me interesó bastante”, narra al recordar esos años en los cuales no había celulares y para inmortalizar aquellos momentos se necesitaban cámaras fotográficas de rollo. Además, luego de captadas las fotografías era necesario esperar al revelado para ver esas imágenes plasmadas en papel.
El Takesi es una ruta que va desde Palca hasta el municipio de Yanacachi, en la provincia Sud Yungas. Se necesita al menos un par de días para andar por esta ruta precolombina que tiene una variedad de paisajes. Era un objetivo que se puso a la distancia.
El Camino del Inca
Allá por 1989, cuando Angélica tenía 41 años, se enteró de la existencia del CEAC, Club de Excursionismo, Andinismo y Camping. Recuerda: “Este club a través del periódico Presencia convocó a personas mayores de 18 años para que se inscriban y tomen un curso básico de excursionismo. Ahí me fui y en este club nos han enseñado muchas cosas, desde qué zapatos usar en las caminatas, que ahora se denominan trekking, hasta lo necesario para trepar. El curso era de un mes”.
Hubo caminatas los fines de semana y aprendieron más secretos; por ejemplo, ella se hizo diestra para armar carpas. El último reto para ellos fue la codiciada Ruta del Takesi. Angélica comenta: “Ya nos habíamos preparado y sabíamos escoger sitios donde acampar y durante qué horas había que caminar. Nos dijeron que debíamos llevar bolsas de dormir, todo nos explicaron”.
En este club encontró a personas con sus mismas pasiones y con ellas se fue allá lejos. “Recuerdo cuando salí por una ladera muy interesante hasta llegar a lo alto de un cerro que está más o menos a 5.100 metros y que está situado entre Villa Fátima y la Cumbre. Desde aquella cima pude ver el lago Titicaca”.
Este cerro es básicamente roca y está a la altura de la represa de Incachaca. “Fue un paseo, una caminata que hicimos en un día, nuestro objetivo era llegar hasta el tope de este cerro y de ahí divisar el nevado Sajama, que es prácticamente la frontera con Chile. Lo hicimos”, dice la mujer que por entonces también administraba un taller de costura.
Cada fin de semana ella y sus amigos iban a recorrer algún camino precolombino. Acampaban, cocinaban y conocían. Hasta que después se organizó un curso de escalada en roca.
Hora de trepar
Angélica quiso más y tomó el curso de escalada en roca. Aprendió el uso de grampones, arneses y supo más secretos a la hora de acampar. Con su equipo fueron al pueblo de Peñas, en la montaña Atalaya, donde comenzaron a hacer sus prácticas. Era algo nuevo, nuevos aires entraban a sus pulmones.
Le fue bien y se sintió satisfecha conquistando alturas, pero no era suficiente para su ansia aventurera. Entre 1998 y 1999 tomó un curso de escalada en hielo. Para entonces estaban pasando los 50 años. Como no se detuvo y no hubo nada que la detuviera, a sus 52 años hizo cumbre en el Huayna Potosí. Es decir, llegó a 6.088 metros sobre el nivel del mar.
Como si al hablar también estuviera trepando, Angélica se detiene y mira hacia atrás. “Llegué siendo mujer y teniendo esa edad. Todo comenzó al andar por senderos, luego en caminos de herradura y conociendo sitios arqueológicos; creo que se puede conquistar metas cuando a una le gustan estos deportes de montaña”, sentencia.
No fue un camino fácil. Recuerda hasta ciertos detalles que se interponían en su camino. “Alquilábamos las botas de escalada, los grampones para el hielo y todas las tallas eran grandes, eran números 38, 39, 40 y yo soy talla 36; entonces nos lastimábamos las canillas”
Pero no sólo son alturas, a su memoria llegan las imágenes de las iglesias coloniales que visitó y los ríos que atravesó. En 2003, a los 55 años, llegó a la cima del pico sur del Illimani; pero esta vez hizo una travesía más familiar, fue acompañada de sus dos hermanos menores: Diego y María Elena. En su familia hay seis hermanos y ella es la mayor. Su hermana fue compinche en muchas de sus andanzas; desde jóvenes se interesaron por conocer Bolivia y cuando había un feriado largo viajaban de un rincón a otro del país.
Les encantaba conocer la flora y la fauna de Bolivia. Recuerda que navegaron por el río Beni desde Guanay hasta Rurrenabaque. “Estaba deslumbrada yo al conocer más lugares y finalmente nuestro club organizó un viaje a Europa y cuando estábamos en España fuimos a comprar botas de escalada en hielo y grampones a la medida y con precios rebajados por liquidación”.
Llegó a navegar el Amazonas y estuvo en tierra brasileña con su hermana, que se hizo compañera ideal de travesías. La vida de ambas se resumía en: trabajar, ahorrar y viajar.
Entre sus logros mayores está la escalada del Mururata, a 5.871 metros de altitud. Y después llegó a la meta máxima, a los 60 años conquistó el Sajama, la montaña de mayor altitud de Bolivia, a 6.542 metros. Es decir, casi alcanzó a rasgar el cielo.
“Es cuestión de determinación, de cumplir retos y de prepararse”, cuenta Angélica. Ella a sus 75 años continúa haciendo largas caminatas en su vida.
Vía: Página Siete